Final alternativo de:
La pata de mono
...
-¿Tienes miedo de tu propio hijo? -gritó-. Suéltame. Ya voy, Herbert; ya voy.
Hubo dos golpes más. La mujer se libró y huyó del cuarto. El hombre la siguió y la llamó, mientras bajaba la escalera. Oyó el ruido de la tranca de abajo; oyó el cerrojo; y luego, la voz de la mujer, anhelante:
-La tranca -dijo-. No puedo alcanzarla.
Pero el marido, arrodillado, tanteaba el piso, en busca de la pata de mono.
-Si pudiera encontrarla antes de que eso entrara...
Pero entonces oyó el sonido de la tranca al abrirse, seguido de un grito de alegria de su mujer. Un grito que se cortó helado. Oyó a su mujer subiendo a la habitación a toda prisa, la vió entrar y poner todo lo que encontraba delante de la puerta, para que no se pudiese abrir.
-La pata, la pata, la pata...¡LA PATA!
La mujer estaba histérica, y gritaba al marido que quería la pata, que hiciese algo para arreglar todo aquello.
-No encuentro la pata -es todo lo que pudo decir. Se estaba mareando, todo le parecía irreal; su mujer gritando, los golpes de su hijo, in cluso el tacto de aquella cosa que tenía en la mano...
¡Era la pata! Su mujer le estaba pidiendo a gritos que formulara un deseo, uno que lo arreglara todo.
-Sí cariño, lo haré.
La mujer empezó a llorar, quizás de nervios, de miedo, de alegria... quizás todo junto. Pero el marido tenía la mente en blanco, intentaba pensar pero no podía.
-Venga, venga, piensa...
Y de pronto se le ocurrió un deseo, cogió la pata y rápidamente lo formuló.
-Mate -contestó el hijo.
-¡Ja, ja, ja! -empezó a reírse sin parar el señor White.
-Papa, ¿qué pasa? -preguntó Herbert- Cuando uno pierde no se ríe.
-Nada hijo, no pasa nada...
El tercer deseo se había cumplido, el señor White no se lo podía creer. Su mujer miraba a su hijo con unos ojos demasiado llenos de amor como para ser un día normal. No dijo nada.
De pronto, alguien llamó a la puerta, era el sarjento Morris.
Y esta vez el señor White dejó que la pata se quemara en el fuego.